LA DESBANDÁ 2023 (5)
Tercera etapa: Nerja-Almuñécar
El sábado hace que la columna pase de unas 200 personas a casi el doble. La imposibilidad de seguir el trazado original de la carretera que unía en 1937 Málaga con Almería obliga a marchar en fila india durante buena parte del recorrido por la N-340. A la derecha, el Mediterráneo, tranquilo, con aguas cristalinas. A la izquierda, las montañas de piedra caliza.
La columna se ensancha cuando llega a alguno de los tramos de la carretera original. Uno de ellos es el que incluye el puente que salva el Barranco de Maro. Es un lugar muy escarpado, muy cerca del mar donde se concentraron los acorazados Baleares, Canarias y Almirante Cervera para esperar a otra columna, la formada por mujeres, niños y ancianos que huían de la Málaga asediada por los fascistas.
El cañoneo no apunta directamente a las gentes indefensas. Con su sadismo metódico, los mandos de los barcos de guerra ordenan disparar contra las paredes rocosas del barranco con el fin de que las rocas que se desprendan maten al mayor número posible de personas. Los militares franquistas
justificaron la matanza argumentando que así evitaban que Málaga pudiese recibir avituallamiento y refuerzos militares desde el Este. Todo menos reconocer que el único objetivo de aquel bombardeo era liquidar a gente que no podía defenderse de ninguna manera.
La Asociación Entre Cañas de Nerja ha propuesto al Ayuntamiento de esa población que el Barranco de Maro sea declarado lugar de memoria.
Continúa la marcha por un paisaje en el que tanta hermosura no invita a pensar que estos parajes acopiasen tanto dolor, tanto sufrimiento. La columna avanza custodiada por esos testigos mudos de la historia que son las torres almenara.
Un edificio de grandes proporciones nos recibe al llegar al río Miel. Fue una fábrica de papel, cuya construcción data del siglo XVIII. Nada hace pensar que este lugar se usó como centro de detención y tortura de aquellas personas de La Desbandá que eran capturadas por los fascistas.
El paraje es un lugar tranquilo. Hasta aquí llegó como huido José Ginés. La sed le empujó barranco abajo en busca de agua. Como es un espacio muy cerrado, de laderas escarpadas, tenía poco ángulo de visión, por lo que desde el puente sólo se podía ver una pequeña porción triangular del mar. Cuando llega casi a la desembocadura del río Miel, descubre el infierno que se avecina: allí están el Canarias, el Baleares y el Almirante Cervera dispuestos de nuevo a escupir muerte. Además, aparece la aviación alemana. José corre río arriba a dar la voz de alarma, pero nada puede impedir otra matanza. «Los aviones marcharon. Había cuerpos tumbados que gemían y otros quietos y mudos, más lejos, a campo traviesa, corría una chiquilla, loca», escribió Max Aub en su relato ‘El Cojo’, que será objeto de una próxima crónica.
En Almuñécar se unen a la columna más compañeros y compañeras, que nos acompañarán hasta Salobreña. En este último lugar, el Veleta y el Mulhacen nevados son el telón de fondo que nos recibe al llegar al polideportivo municipal para pasar la noche, así que nos aprestamos a preparar la pernocta.
Ya por la tarde, el escaparate de una librería nos sorprende camino de la Casa de la Cultura, que acoge un acto en homenaje a Matilde Landa, dirigente del Socorro Rojo Internacional. Fue el SRI la principal ayuda que tuvieron los desesperados que huían de Málaga. David Ginard, profesor de Historia Contemporanea de la Universitat de les Illes Balears y autor de ‘Matilde Landa. El compromiso y la tragedia (1904-1942)’, hace una semblanza de esa militante comunista ejemplar.
Para saber más sobre Matilde Landa:
Matilde Landa, la dirigente comunista
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LA DESBANDÁ 2023 (6)
La masacre del río Miel
Si algún episodio ilustra la barbarie y el terror que los fascistas desataron sobre la población civil que entre el 6 y el 8 de febrero de 1937 huía de Málaga hacia Almería ante el avance de las tropas de Franco es el de la masacre del río Miel. La matanza fue perpetrada por la aviación alemana, la Legión Cóndor. El escritor español de origen francoalemán Max Aub describió aquel drama en su relato ‘El Cojo’. El siguiente fragmento nos traslada a ese momento con toda su crudeza:
«Carretera adelante el éxodo continuaba. La Rafaela y su madre andaban confundidos con la masa negra.
Sobre el llano no había más líneas verticales que los postes del telégrafo. De pronto, desde allá abajo vino un alarido. «¡Qué vienen!» La gente se dispersó con una rapidez inaudita, en la carretera quedaron enseres, carruajes y un niño llorando. Llegaba una escuadrilla de caza enemiga. Ametrallaban a cien metros de altura. Se veían perfectamente los tripulantes. Pasaron y se fueron. Había pocos heridos y muchos ayes, bestias muertas que se apartaban a las zanjas. El caminar continuaba bajo el terror. Una mujer se murió de repente. Los hombres válidos corrían, sin hacer caso de súplicas. Los automóviles despertaban un odio feroz. La Rafaela se había levantado con dificultad. Su madre la miró angustiada.
—¿Te duele?
La hija con un pañuelo en la boca, no contestaba. «¡Qué vuelven!» La Rafaela sufría tanto que no pudo hacer caso al alarido que un viejo le espetaba diez metros más allá. «Acuéstese, acuéstese». Agarrada a un poste de telégrafo, espatarrada, sentía como se le desgarraban las entrañas. «Túmbate, chiquilla, túmbate» —gemía la madre, caída. Y la Rafaela de pie con el pañuelo mordido en la boca estaba dando a luz. Le parecía que la partían a hachazos. El ruido de los aviones, terrible, rapidísimo y las ametralladoras y las bombas de mano: a treinta metros. Para ellos debía de ser un juego acrobático. La Rafaela sólo sentía los dolores del parto. Le entraron cinco proyectiles por la espalda y no lo notó. Se dio cuenta de que soltaba aquel tronco y que todo se volvía blando y fácil. Dijo «Jesús» y se desplomó, muerta en el aire todavía.
Los aviones marcharon. Había cuerpos tumbados que gemían y otros quietos y mudos, más lejos, a campo traviesa, corría una chiquilla, loca. Un kilómetro más abajo el río oscuro se volvía a formar, contra él se abrían paso unas ambulancias, en sus costados se podía leer: «El pueblo sueco al pueblo español». Hallaron muerta a la madre y oyeron los gemidos del recién nacido. Cortaron el cordón umbilical.
—¿Vive?
—Vive.
Y uno que llegaba arrastrándose con una bala en el pie izquierdo dijo: «Yo la conocía, la Rafaela. Rafaela Pérez Montalbán; yo soy escribano. Quería que fuese chica».
Uno. —Lo es.
El escribano. —Y que se llamara Esperanza.
Y uno cualquiera. —¿Por qué no?»
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