LA DESBANDÁ 2023 (12)
Séptima etapa: La Rábita-Adra
Mercedes tiene manos de maga. Con movimientos que son tan rápidos que no se ven, envía en un plisplás la masa al aceite hirviendo y en unos segundos, como si fuese mágia y gracias a los palillos que como un director de orquesta churrero maneja Paco, en un abracadabra aparecen los buñuelos.
Hoy desayunamos chocolate con buñuelos de Mercedes en La Rábita. Nos hará falta esa inyección de energía para subir la cuesta que desde el mar nos lleva a la carretera N-340. Es la pendiente más pronunciada en los más de 100 kilómetros que llevamos andados camino de Almería.
Carmen Negrín, nieta de Juan Negrín, el último presidente del Gobierno de la República, camina tranquila, sin perder el paso del grupo. «Es conmovedor que la gente haya recuperado la memoria de lo que fue La Desbandá y se organice para dar a conocer lo que pasó en la carretera de Málaga a Almería», explica.
Vilipendiado por su propio partido, eliminado durante años del panteón de los hombres ilustres del socialismo español, el presidente que se propuso resistir porque era la única forma de vencer «nunca habló mal de nadie», cuenta Carmen. No habló mal ni siquiera de Julián Besteiro, que le traicionó a él y a República como miembro activo de los golpistas de Segismundo Casado, que entregó Madrid a Franco y provocó la derrota de la República. Tampoco de Indalecio Prieto, quien nunca creyó en la victoria de la República, del pueblo, frente a los militares fascistas y desde el principio de la guerra mostró su entreguismo.
Carmen cuenta como un día, durante el exilio en México, su bisabuelo y Prieto coincidieron en un restaurante. Prieto hizo como si no conociese a Negrín, como si nunca hubiese habido una república en España cuyo último presidente del Gobierno estaba sentado en una mesa a pocos metros de él. «Mi abuelo hablaba de Indalecio Prieto sin odio, sólo con tristeza», concluye Carmen, para quien es imprescindible construir un relato alternativo no sólo al de quienes ganaron la guerra sino también a quienes desde el lado republicano de comportaron de forma timorata ante el desafío que afrontaba el pueblo.
Es mediodía y la columna llega al límite de las provincias de Granada y Almería. Adra está a un tiro de piedra. Avanzamos hacia ese pueblo marinero por el arcén de la N-340 con campos de invernaderos a uno y otro lado de la carretera.
Los cultivos bajo plástico llegan hasta la misma orilla del mar. A veces, los tubos de la estructura de algún invernadero y los girones de plástico invitan a pensar en una suerte de justicia poética según la cual naturaleza, mediante la acción del viento y el agua en los temporales, actúa en defensa propia.
Mariano Cano es murciano. Desde que se incorporó a la VII Marcha de La Desbandá camina con una bandera de Cuba. Mariano es un activista de la solidaridad con Cuba y su revolución, pero no está aquí por ese motivo. Con esa bandera estrellada Mariano quiere rendir homenaje a los cubanos que vinieron a combatir en la guerra de España en las Brigadas Internacionales y cuyo máximo exponente fue el escritor Pablo de la Torriente Brau, caído en el frente de Madrid en diciembre de 1936.
La columna se reagrupa a la entrada de Adra. Este pueblo marinero fue bombardeado en tres ocasiones. Aquí la República impulsó la industria conservera con el fin de abastecer de alimentos tanto a la población de la zona como a los combatientes, que habían establecido la línea del frente en Castell de Ferro.
Como el tiempo acompaña, el baño en la playa es una tentación difícil de eludir antes de continuar con el programa de la jornada.
La Torre de los Perdigones era el lugar donde se fabricaba ese tipo de munición. El plomo fundido se llevaba a determinada altura mediante un sistema de poleas. Una vez allí, se dejaban caer gotas que, según fuesen más o menos grandes y en función de la altura, daban lugar a una munición de un calibre u otro.
Pero la Torre de los Perdigones también fue un lugar para salvar vidas. Debajo de ella se excavó el principal refugio antiaéreo de Adra.
La profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid Laura Bracinforte cierra la etapa de hoy con una conferencia sobre la fotógrafa italiana y miembro del Socorro Rojo Internacional Tina Modotti. Junto a Matilde Landa, Modotti, también comunista, fue enviada para ayudar a quienes huían de Málaga y sus alrededores en La Desbandá.
En ‘Confieso que he vivido. Memorias’ el poeta chileno y Premio Nobel Pablo Neruda glosa así la figura de Tina Moditti tras su fallecimiento en Ciudad de México en 1942:
«Cuando quiero recordar a Tina Modotti debo hacer un esfuerzo, como si tratara de recoger un puñado de niebla. Frágil, casi invisible. La conocí o no la conocí?
Era muy bella aún: un óvalo pálido enmarcado por dos alas negras de pelo recogido, unos grandes ojos de terciopelo que siguen mirando a través de los años. Diego Rivera dejó su figura en uno de sus murales, aureolada por coronaciones vegetales y lanzas de maíz.
Esta revolucionaria italiana, gran artista de la fotografía, llegó a la Unión Soviética hace tiempo con el propósito de retratar multitudes y monumentos. Pero allí, envuelta por el desbordante ritmo de la creación socialista, tiró su cámara al río Moscova y se juró a sí misma consagrar su vida a las más humildes tareas del partido comunista. Cumpliendo este juramento la conocí yo en México y la sentí morir aquella noche.
Esto sucedió en 1941. Su marido era Vittorio Vidale, el célebre comandante Carlos del 5º Regimiento.
Tina Modotti murió de un ataque al corazón en el taxi que la conducía a su casa. Ella sabía que su corazón andaba mal pero no lo decía para que no le escatimaran el trabajo revolucionario. Siempre estaba dispuesta a lo que nadie quiere hacer: barrer las oficinas, ir a pie hasta los lugares más apartados, pasarse las noches en vela escribiendo cartas o traduciendo artículos. En la guerra española fue enfermera para los heridos de la República.
Había tenido un episodio trágico en su vida, cuando era la compañera del gran dirigente juvenil cubano Julio Antonio Mella, exiliado entonces en México. El tirano Gerardo Machado mandó desde La Habana a unos pistoleros para que mataran al líder revolucionario. Iban saliendo del cine una tarde, Tina del brazo de Mella, cuando éste cayó bajo, una ráfaga de metralleta. Rodaron juntos al suelo, ella salpicada por la sangre de su compañero muerto, mientras los asesinos huían altamente protegidos. Y para colmo, los mismos funcionarios policiales que protegieron a los criminales pretendieron culpar a Tina Modotti del asesinato.
Doce años más tarde se agotaron silenciosamente las fuerzas de Tina Modotti. La reacción mexicana intentó revivir la infamia cubriendo de escándalo su propia muerte, como antes la habían querido envolver a ella en la muerte de Mella. Mientras tanto, Carlos y yo velábamos el pequeño cadáver. Ver sufrir a un hombre tan recio y tan valiente no es un espectáculo agradable. Aquel león sangraba al recibir en la herida el veneno corrosivo de la infamia que quería manchar a Tina Modotti una vez más ya muerta. El comandante Carlos rugía con los ojos enrojecidos; Tina era de cera en su pequeño ataúd de exiliada; yo callaba impotente ante toda la congoja humana reunida en aquella habitación.
Los periódicos llenaban páginas enteras de inmundicias folletinescas. La llamaban «la mujer misteriosa de Moscú». Algunos agregaban: «Murió porque sabía demasiado.»
Impresionado por el furioso dolor de Carlos tomé una decisión. Escribí un poema desafiante contra los que ofendían a nuestra muerta.
Lo mandé a todos los periódicos sin esperanza alguna de que lo publicaran. Oh, milagro! Al día siguiente, en vez de las nuevas y fabulosas revelaciones que prometían la víspera, apareció en todas las primeras páginas mi indignado y desgarrado poema.
El poema se titulaba «Tina Modotti ha muerto». Lo leí aquella mañana en el cementerio de México, donde dejamos su cuerpo y donde yace para siempre bajo una piedra de granito mexicano. Sobre esa piedra están grabadas mis estrofas.
Nunca más aquella prensa volvió a escribir una línea en contra de ella».
El poema que escribe Neruda sobre Tina Modotti tras su fallecimiento es el siguiente:
Tina Modotti, hermana, no duermas, no, no duermas
tal vez tu corazón oye crecer la rosa
de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa.
Descansa dulcemente, hermana.
La nueva rosa es tuya, la nueva tierra es tuya:
Te has puesto un nuevo traje de semilla profunda
Y tu suave silencio se llena de raíces.
No dormirás en vano, hermana.
Puro es tu nombre, pura es tu frágil vida
De abeja, sombra, fuego, nieve, silencio, espuma,
De acero, línea, polen, se construyó tu férrea,
tu delicada estructura.
El chacal a la alhaja de tu cuerpo dormido
aún asoma la pluma y el alma ensangrentada
como si pudieras, hermana, levantarte,
sonriendo sobre lodo.
A mi patria te
llevo para que no te toquen,
a mi patria de nieve para que tu pureza
no llegue el asesino, ni el chacal, ni el vendido:
Allí estarás tranquila.
¿Oyes mi paso, un paso lleno de pasos, algo
grande desde la estepa, desde el Don, desde el frío?
¿Oyes un paso firme de soldado en la nieve?
Hermana, son tus pasos.
Ya pasarán un día por tu pequeña tumba
antes de que las rosas de ayer se desbaraten.
Ya pasarán a ver los días, mañana,
donde está ardiendo tu silencio.
Un mundo marcha al sitio donde tú ibas, hermana.
Avanzan cada día cantos de tu boca,
en la boca del pueblo glorioso que tú amabas.
Tu corazón era valiente.
En las viejas cocinas de tu patria, en las rutas
polvorientas, algo se dice y pasa,
algo vuelve a la llama de tu dorado pueblo,
algo despierta y canta.
Son los tuyos, hermana: los que hoy dicen tu nombre
los que de todas partes, del agua y de la tierra,
con tu nombre otros nombres callamos y decimos
Porque el fuego no muere.
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LA DESBANDÁ 2023 (13 o 12+1)
Ciclistas
Rodolfo Moreno y Alla Lazhorska son los ciclistas de la VII Marcha de La Desbandá. Con ritmo tranquilo, pero constante, cubren las etapas subidos a sus bicicletas eléctricas. «Dice la gente que así cualquiera», explica Rodolfo, «como si no hubiese que pedalear».
Rodolfo, 82 años, conoció a Alla, 65 años, hace dos decenios, cuando esta ucraniana vino a España como turista. «Nos conocimos en una discoteca», dice ella. «Soy muy bailón, me gusta el cha cha chá, el mambo…», agrega él.
Rodolfo y Alla viven en Estepona (Málaga). Él es militante del PCE.
Los abuelos de Rodolfo huyeron de Málaga en La Desbandá cuando la ciudad estaba amenazada por las tropas del general fascista Queipo de Llano, que había asegurado que tomaría la plaza a sangre y fuego.
El padre de Rodolfo, Miguel, delegado sindical de la UGT en el servicio de correos en Ceuta, donde vivía con su mujer, Francisca, salvó la vida de milagro. Algo tuvo que ver en eso que hubiese servido como sargento en la guerra de África y el hecho de que los fascistas necesitasen personal para atender servicios básicos.
La familia de Rodolfo nunca llegó a Almería. Por el camino se desvió hacia Córdoba, donde se instaló.
Alla y Rodolfo hacen varias veces el recorrido de cada etapa porque constantemente están para arriba y para abajo. Que una compañera se ha dejado los bastones en la última parada que ha hecho la columna, ahí están ellos con sus bicicletas deshaciendo el camino para ir a buscarlos.
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